El FOSS es una solución para recuperar ese control, pero no siempre es una posibilidad real ya sea por disponibilidad (no todo el hardware tiene controladores libres) o por la funcionalidad (no todo el software corre en el sistema operativo que quisiéramos).
Y eso hace que esa pérdida de control sea real e inevitable. Tenemos el ejemplo clásico de Android, un sistema operativo libre basado en Linux que en realidad, no es libre. El otro día leí que el sistema de Google estaba eliminado una app del estilo de la PlayStore o F-Droid sin permiso ni notificación al usuario. Era Aptoide, una especie de repositorio de apps que, por cierto, ganó una batalla judicial contra la compañía californiana.
Unos días antes, la UE le cascó a Google cuatro mil millones de multa por abuso de posición dominante. La multa venía a cuento a que obligaba a los fabricantes de móviles a instalar los clientes de sus servicios para poder usar Android. Y es que al final Android, por muy disponible que tenga su código bajo licencias permisivas y por muy basado en Linux que esté, no es un sistema libre ya que no existe una opción, digamos oficial, de poder usarlo sin los servicios de Google cuyos clientes son de código cerrado.
La respuesta de Google a la señora multa fue decir que vale, que iba a permitir usar Android sin sus servicios pero que entonces, los fabricantes tendrían que pagar una tarifa por cada instalación. Esto creo que es bastante relevante porque oficializa aquello de que «cuando el producto es gratis, es que el producto eres tú».
Mientras eso quede claro, no veo ningún problema en ese modelo de negocio. Es decir, desarrollar Android cuesta muchos recursos y quien los pone, los quiere rentabilizar. Si los usuarios son conscientes que están pagando esos recursos vendiendo su privacidad y encima ahora existe la opción de pagar para evitar esa venta de la privacidad, todo va bien.
Vamos a dejar a Google y su Android de lado. En esta entrada de TechPowerUp se habla de cómo la Asus Z390 (una placa base recién salida del horno para micros de Intel) está metiendo cosas en la instalación de Windows sin el consentimiento de los usuarios. Resulta que este modelo tiene una característica bastante interesante: cuando instalas Windows 10, este es capaz de encontrar los controladores sin necesidad de conexión a Internet ni de introducir ningún disco ni unidad USB. En concreto se instala el controlador de la tarjeta de red (que está almacenado en la UEFI) para que desde Internet, se puedan instalar el resto de drivers. Sobre decir que Windows 10 no viene de serie con los controladores necesarios para esa placa.
Este es del tipo de funciones que tarde o temprano acabará de serie en todas las placas al estilo del Intel Management Engine o del PSP de AMD. Las implicaciones en la seguridad de algo así son evidentes. Pero todavía peor es el hecho de que sea el propio hardware el que esté inyectando código en la instalación de Windows sin ni siquiera informar al usuario.
¿Qué hace Google hurgando en mi móvil para ver si tengo Aptoide instalada para luego borrarla? ¿Por qué tengo que ser inconsciente del software adicional que se está instalando sobre el Windows 10 que conscientemente estoy instalando? ¿Tanto cuesta poner un mensaje pidiendo permiso al dueño legítimo del hardware? Parece que a los fabricantes les molesta cada vez más que seamos usuarios-poseedores de pleno derecho de los productos por los que hemos pagado.